Venezuela vive en una incesante turbulencia que se acentuó a partir del desconocimiento de las elecciones del 28 de julio, cuando se impuso de manera avasallante, como nunca antes vista, la candidatura de Edmundo González Urrutia con el apoyo fundamental de la lideresa María Corina Machado. Esta turbulencia emocional, que embarga a un alto porcentaje de compatriotas, es consecuencia de las carencias de los elementos más básicos que necesita cualquier ser humano para subsistir, para no morir de mengua. Tales carencias conducen indefectiblemente al estrés, la ira, la irritación o frustración hacia determinadas personas o situaciones, en pocas palabras, se convierte en una tragedia griega.
En concordancia con el tema de los virajes bruscos y desconcertantes, el “gobierno” ahora se plantea la posibilidad, no sé exactamente con qué intensidad de aquí, reformar la actual Constitución Nacional. Para el exministro Héctor Navarro, uno de los más cercanos colaboradores de Chávez desde los inicios de su gobierno, pretender una reforma constitucional será “un nuevo gran error” que no funcionará. Y hace una comparación con lo que ocurre en Nicaragua, donde el dictador Daniel Ortega y su esposa, la copresidenta Rosario Murillo, legalizan el control de los poderes del Estado con una reforma de la Constitución… Y así podemos llenar todo este espacio de ideas unas más descocadas que otras.
Registrando un poco, tropecé con un concepto de lo que es la política, definida de una manera muy sencilla por el ilustre filósofo Aristóteles, quien en su obra Política ve el poder como una herramienta para el bien común. Para él, el gobierno ideal debe ser aquel que busca la felicidad y el bienestar de todos los ciudadanos. En consecuencia, Aristóteles defiende una visión del poder en la que el objetivo principal es la justicia y la virtud. Por el contrario, Maquiavelo, tiene una visión más pragmática y realista del poder. Para él, el poder es un medio para alcanzar y mantener el control y puede requerir el uso de la astucia y la fuerza. Echa mano de la infeliz y conocida frase: “El fin justifica los medios”, sugiriendo que un líder debe estar dispuesto a hacer lo que sea necesario para mantenerse en el poder.
Sin duda alguna, que dentro de estos vientos huracanados, tempestuosos, que nos ha tocado vivir por cinco lustros, no podemos dejar por fuera la libertad de opinión, quizá por mi oficio de columnista. Decir lo que consideramos es un derecho fundamental; expresar nuestros pensamientos, ideas y creencias sin temor a represalias o censura, es un derecho fundamental para vivir en una sociedad justa y abierta en la que se pueda acceder a la justicia y disfrutar de los derechos humanos. La libertad de opinión es crucial para el funcionamiento de una sociedad democrática, ya que fomenta el debate abierto y la diversidad de ideas; además que es esencial para el progreso social y cultural.
Por último, he llegado a una sencilla conclusión: y es que oponer resistencia a la censura y opresión es una necesidad; sin embargo, requiere creatividad y algo o mucho de coraje. Las historias de la resistencia en todo el mundo, por ejemplo, son un testimonio del ingenio humano. En otras palabras, este tipo de acción conlleva numerosos riesgos y efectos adversos. La incapacidad de expresarse o elegir libremente a los representantes, firmar un acuerdo donde los resultados electorales no se discuten y punto, es inaceptable, es una entrega al régimen de baja cuantía.
En definitiva, estamos al tanto de que el escenario político que vivimos es sumamente confuso, a veces sombrío. La política venezolana de hoy es una especie de entresijos, de dificultades e inconvenientes, de cosas que mutan a una velocidad espacial. Lo que hoy es, quizá mañana no sea, o sea otra cosa totalmente incomparable a la anterior…
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