Ángel Lombardi: Entender el cambio mundial

Ángel Lombardi: Entender el cambio mundial

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Para comenzar, hay que mirar con atención el «nuevo» mapamundi. Europa ya no es el centro de la historia. El «eurocentrismo» queda como historia del pasado; la llamada historia universal se ha desplazado ya a Asia, concretamente al todavía llamado «Lejano Oriente».

En Asia se concentra la mayor parte de la población mundial, las manufacturas del mundo, recursos naturales importantes y el mayor dinamismo tecnológico. Cuando digo Asia, no piensen solo en China; allí están Rusia, India, Japón, Corea del Sur, Taiwán, Singapur, Indonesia, toda Asia, incluida la que seguimos llamando Asia Central y Medio Oriente o Cercano Oriente, es decir: Pakistán, Irán, Turquía, Israel y los llamados países del Golfo petrolero.

En la misma perspectiva de «novedad» está el Continente Americano en su totalidad: la primera potencia mundial todavía, y por ahora, los Estados Unidos y nosotros, este multiforme subcontinente que simplificamos al llamarlo indebidamente América Latina o Latinoamérica, invento francés del siglo XIX y que han popularizado los medios de comunicación y el uso.

La América no estadounidense es heterogénea y multiforme, que el pensamiento infantil de la ignorancia se empeña en seguir generalizando y no identificar en sus particularidades.

El futuro ya llegó y está en acelerado desarrollo, y como siempre ha sucedido en la historia, unos países lideran desde la locomotora educativa, tecno-científica, económica, social, política y geopolítica. Otros países van en la primera, segunda, tercera locomotora y otros muchos en los vagones y furgones de cola. Cada lector puede hacer su lista y ubicación, de acuerdo a su gusto.

La historia es cambio por definición. Lo que sucede es que hay tiempos «rápidos» y tiempos «lentos». La historia es continuidad y, cada tanto tiempo, ocurren «discontinuidades». La historia es caos y orden, orden y caos, estabilidad y crisis. Esto no funciona sincrónicamente, sino de manera asincrónica. Cada país tiene sus «tiempos» y también el orden geopolítico global.

Hoy estamos en esas dinámicas o procesos de duración indefinida, de crisis y cambio. En el caso nuestro, a nivel interno y de crisis global, cuyo año marcante político fue 1991, con el colapso o «suicidio» de la Unión Soviética (URSS) o Rusia Comunista.

A ello agréguese, en los últimos 50 años, la China actual como potencia desafiante a la primacía de Estados Unidos, y lo que podríamos llamar la profunda crisis de identidad que viene dándose en la sociedad norteamericana desde hace, por lo menos, 30 años.

Estamos en pleno reacomodo global geoeconómico y geopolítico; su duración y características no son previsibles. Profetizar es de necios, decía Kant.

El riesgo de conflictos es alto; ya los estamos viviendo: unos ciento ochenta en curso en los últimos treinta años, con diez millones de víctimas en su conjunto, sin tomar en cuenta la invasión de Rusia a Ucrania, el conflicto palestino-israelí, el genocidio en Gaza y los martirizados cristianos en algunos países de África.

Para entender este complejo proceso de (des)orden mundial, que va a cubrir buena parte del siglo XXI, hay que abandonar parte de nuestras teorías, ideologías, ideas y perspectivas al uso, nuestras «trampas o jaulas mentales», incluidos nuestros prejuicios y preconceptos, alimentados por la costumbre y la pereza o incapacidad de ver y pensar las novedades sociales, económicas, políticas, culturales. Y que novedad no significa ni moda ni la noticia-escándalo del día.

Desaprender para aprender: ese es nuestro desafío educativo, a nivel personal y colectivo. El mundo está cambiando, lo que nos obliga al cambio de perspectiva y mente abierta. Hay que «agiornarse», porque somos historia y estamos en la historia, hasta el último aliento o, cuando menos, mientras nuestra salud mental lo permita.

Ángel Lombardi

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